Efficacy of non-pharmacological interventions to reduce academic stress in higher education students: a systematic review

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Revisión Sistemática

Eficacia de las intervenciones no farmacológicas para la reducción del estrés académico en estudiantes universitarios: una revisión sistemática

Pablo Chust-Hernández(a, Emelina López-González(b, Joan Maria Senent-Sánchez(c

a) Servicio de Orientación, Facultad de Enfermería, Universidad Católica de Valencia
b) Departamento de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación. Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación. Universidad de Valencia
c) Departamento de Educación Comparada e Hª de la Educación. Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación. Universidad de Valencia

INFORMACIÓN DEL ARTÍCULO


Received 2 Septiembre 2022
Accepted 9 Diciembre 2022
Available online 7 Febrero 2023

 

RESUMEN


El estrés académico es un problema significativo y frecuente en la educación superior, y constituye un factor de riesgo para múltiples dificultades emocionales y académicas. Los objetivos de esta revisión sistemática fueron analizar la eficacia de las intervenciones no farmacológicas que se han implementado para reducir el estrés académico en estudiantes universitarios y evaluar el riesgo de sesgo de dichos estudios. De 19 bases de datos se seleccionaron 27 estudios que cumplían los criterios de inclusión. Las intervenciones plantearon programas de atención plena o mindfulness; terapia cognitivo-conductual; psicoeducación y técnicas de relajación cuerpo-mente; entrenamiento en habilidades académicas, sociales o de afrontamiento; terapias alternativas; fomento de la actividad física; lectura de libros de autoayuda, y búsqueda de orientación universitaria. La mayoría de estudios revisados evidenciaron reducciones de estrés académico tras sus intervenciones. Sin embargo, por lo general, presentaron importantes limitaciones metodológicas y alto o incierto riesgo de sesgo, por lo que se hace difícil determinar su eficacia real, así como la superioridad de unas intervenciones sobre otras. Se plantea la necesidad de realizar estudios que superen dichas limitaciones en aras de poder establecer conclusiones más consistentes.

 

PALABRAS CLAVE


Estrés académico
Estrés
Estudiantes universitarios
Tratamientos
Revisión sistemática

 

Efficacy of non-pharmacological interventions to reduce academic stress in higher education students: a systematic review

 

 

ABSTRACT


Academic stress is a significant and frequent problem in higher education and it is a risk factor for multiple emotional and academic issues. The aims of this systematic review were to analyze the efficacy of non-pharmacological interventions implemented to reduce academic stress in university students, and to assess the risk of bias of the studies reviewed. From 19 databases, 27 studies that met the inclusion criteria were selected. Mindfulness programmes, cognitive-behavioral therapy, psychoeducation and body-mind relaxation techniques, academic, social or coping skills training, alternative therapies, physical activity, self-help books and orientation in higher education were the interventions proposed. Most of the studies reviewed showed a decrease in academic stress after their interventions. However, in general, important methodological limitations and high or uncertain risk of bias were found, making it difficult to determine their real efficacy as well as the superiority of some interventions over others. Further studies nees to be carried out in order to overcome these limitations and be able to establish more consistent conclusions.

 

KEYWORDS


Academic stress
Stress
University students
Treatments
Systematic review
 

Introducción


El estrés académico es un problema significativo y frecuente en la educación superior (Ahmad et al., 2019; Baqutayan, 2011; Bonilla y Padilla, 2015; García-Ros et al., 2012; Manrique-Millones et al., 2019). Diversos autores han evidenciado porcentajes de más del 70% de estudiantes con estrés académico elevado (García-Ros et al., 2012; Joseph et al., 2021). Aunque un nivel adecuado de estrés académico es necesario para aumentar la persistencia en el aprendizaje y mejorar el rendimiento (You, 2018), cuando supera ciertos niveles puede ser un factor de riesgo para depresión (Asif et al., 2020; Souto et al., 2019), insatisfacción con la vida (Karaman et al., 2019), angustia psicológica (Huang, 2020), dificultades del sueño y sensación de cansancio físico (Casuso et al., 2019), mala adaptación a la universidad (Belay Ababu et al., 2018), y malos resultados académicos (Hamaideh et al., 2017).

Muchos estudiantes se perciben ineficaces para hacer frente a las exigencias académicas de la universidad, lo que puede provocarles estrés académico (García-Ros et al., 2012; Tejada et al., 2020). El estrés académico se puede definir como aquel que se deriva de las actividades y demandas académicas sin que intervengan de forma significativa otros aspectos externos al contexto académico (Arribas, 2013; Manrique-Millones et al., 2019). Se han identificado tres tipos de estresores que los estudiantes tienen que enfrentar (Jiménez et al., 2010): los académicos, los relativos a las prácticas y los externos (personales, económicos, sociales, etc.). De los tres, se ha evidenciado que son los estresores académicos los que más afectan al estudiantado universitario (Fernández-Rodríguez et al., 2019; Reis et al., 2021). Algunas de las situaciones académicas que más estrés provocan a los estudiantes son la falta de tiempo para completar las tareas académicas, las exposiciones orales, los exámenes y la sobrecarga académica (Chust-Hernández et al., 2021; Fernández-Rodríguez et al., 2019; García-Ros et al., 2012; Souto et al., 2019).

El fenómeno del estrés académico ha sido abordado desde diferentes modelos explicativos, generalmente centrados en el individuo, en el contexto y en la interacción entre ambos. De estos tres, son los últimos los que más aceptación gozan en la actualidad, destacando el modelo Sistémico Cognoscitivista, planteado por Barraza (2006). Este modelo postula que ante las exigencias académicas del entorno universitario, el estudiante valora si dispone de los recursos necesarios para hacerles frente. Si valora que no dispone de ellos, dichas exigencias serán valoradas como una pérdida o una amenaza, o serán asociadas con emociones negativas; ello desembocará en un desequilibrio sistémico, manifestado por una serie de indicadores físicos, psicológicos y conductuales, que constituirían el estrés académico.

Dadas la prevalencia de estrés académico entre los estudiantes universitarios, así como las consecuencias nocivas que de él se derivan, se hace necesario que las universidades implementen estrategias e intervenciones para ayudar a sus estudiantes a reducirlo (Lockard et al., 2012; Manansingh et al., 2019). Para saber si las intervenciones son útiles debe analizarse su eficacia; ello contribuirá a tomar decisiones basadas en la evidencia con respecto a la provisión de apoyos a los estudiantes universitarios. En los últimos años se han publicado varias revisiones sistemáticas que analizan la eficacia de distintas intervenciones sobre el estrés general o percibido de los estudiantes universitarios (Amanvermez et al., 2020; Breedvelt et al., 2019; Regehr et al., 2013; Yusufov et al., 2019). Sin embargo, desde nuestro conocimiento, no existe ninguna revisión sistemática que analice la eficacia de las intervenciones no farmacológicas sobre el estrés puramente académico (en ausencia de otras fuentes de estrés) en los estudiantes universitarios.

Por tanto, los objetivos de la presente revisión se centran en analizar la eficacia de las intervenciones no farmacológicas que se han implementado con el fin de reducir el estrés académico en estudiantes universitarios, así como evaluar el riesgo de sesgo de dichos estudios y analizar el tipo de intervenciones que suelen llevarse a cabo.

Introducción


El estrés académico es un problema significativo y frecuente en la educación superior (Ahmad et al., 2019; Baqutayan, 2011; Bonilla y Padilla, 2015; García-Ros et al., 2012; Manrique-Millones et al., 2019). Diversos autores han evidenciado porcentajes de más del 70% de estudiantes con estrés académico elevado (García-Ros et al., 2012; Joseph et al., 2021). Aunque un nivel adecuado de estrés académico es necesario para aumentar la persistencia en el aprendizaje y mejorar el rendimiento (You, 2018), cuando supera ciertos niveles puede ser un factor de riesgo para depresión (Asif et al., 2020; Souto et al., 2019), insatisfacción con la vida (Karaman et al., 2019), angustia psicológica (Huang, 2020), dificultades del sueño y sensación de cansancio físico (Casuso et al., 2019), mala adaptación a la universidad (Belay Ababu et al., 2018), y malos resultados académicos (Hamaideh et al., 2017).

Muchos estudiantes se perciben ineficaces para hacer frente a las exigencias académicas de la universidad, lo que puede provocarles estrés académico (García-Ros et al., 2012; Tejada et al., 2020). El estrés académico se puede definir como aquel que se deriva de las actividades y demandas académicas sin que intervengan de forma significativa otros aspectos externos al contexto académico (Arribas, 2013; Manrique-Millones et al., 2019). Se han identificado tres tipos de estresores que los estudiantes tienen que enfrentar (Jiménez et al., 2010): los académicos, los relativos a las prácticas y los externos (personales, económicos, sociales, etc.). De los tres, se ha evidenciado que son los estresores académicos los que más afectan al estudiantado universitario (Fernández-Rodríguez et al., 2019; Reis et al., 2021). Algunas de las situaciones académicas que más estrés provocan a los estudiantes son la falta de tiempo para completar las tareas académicas, las exposiciones orales, los exámenes y la sobrecarga académica (Chust-Hernández et al., 2021; Fernández-Rodríguez et al., 2019; García-Ros et al., 2012; Souto et al., 2019).

El fenómeno del estrés académico ha sido abordado desde diferentes modelos explicativos, generalmente centrados en el individuo, en el contexto y en la interacción entre ambos. De estos tres, son los últimos los que más aceptación gozan en la actualidad, destacando el modelo Sistémico Cognoscitivista, planteado por Barraza (2006). Este modelo postula que ante las exigencias académicas del entorno universitario, el estudiante valora si dispone de los recursos necesarios para hacerles frente. Si valora que no dispone de ellos, dichas exigencias serán valoradas como una pérdida o una amenaza, o serán asociadas con emociones negativas; ello desembocará en un desequilibrio sistémico, manifestado por una serie de indicadores físicos, psicológicos y conductuales, que constituirían el estrés académico.

Dadas la prevalencia de estrés académico entre los estudiantes universitarios, así como las consecuencias nocivas que de él se derivan, se hace necesario que las universidades implementen estrategias e intervenciones para ayudar a sus estudiantes a reducirlo (Lockard et al., 2012; Manansingh et al., 2019). Para saber si las intervenciones son útiles debe analizarse su eficacia; ello contribuirá a tomar decisiones basadas en la evidencia con respecto a la provisión de apoyos a los estudiantes universitarios. En los últimos años se han publicado varias revisiones sistemáticas que analizan la eficacia de distintas intervenciones sobre el estrés general o percibido de los estudiantes universitarios (Amanvermez et al., 2020; Breedvelt et al., 2019; Regehr et al., 2013; Yusufov et al., 2019). Sin embargo, desde nuestro conocimiento, no existe ninguna revisión sistemática que analice la eficacia de las intervenciones no farmacológicas sobre el estrés puramente académico (en ausencia de otras fuentes de estrés) en los estudiantes universitarios.

Por tanto, los objetivos de la presente revisión se centran en analizar la eficacia de las intervenciones no farmacológicas que se han implementado con el fin de reducir el estrés académico en estudiantes universitarios, así como evaluar el riesgo de sesgo de dichos estudios y analizar el tipo de intervenciones que suelen llevarse a cabo.

Método


Para la elaboración de esta revisión sistemática se siguieron los ítems de la declaración PRISMA (Moher et al., 2009) (Anexo 1).

El protocolo de la revisión se registró en la Plataforma Internacional de Protocolos Registrados de Revisión Sistemática y Metaanálisis INPLASY (Registration Number 202270071) (Chust-Hernández et al., 2022).

Estrategia de búsqueda


La búsqueda se realizó en los meses de julio y agosto de 2022. La última fecha de búsqueda fue el 6 de agosto de 2022. El estrés académico es un tema que puede tener publicaciones en los ámbitos de la Psicología, de la Educación y de las Ciencias de la salud; por ello se decidió revisar bases de datos de estas tres disciplinas, además de varias multidisciplinares. Finalmente, se consultaron 19 bases de datos: seis del ámbito de la Psicología (APA Psycinfo, Psychology and Behavioral Sciences Collection, Psychology database, Psicodoc, Pubpsych, PsycArticulos), tres de Educación (Education Research Complete, ERIC, Education Source), cinco de Ciencias de la Salud (Medline, CINAHL, Lilacs, Embase, SPORTDiscus) y cinco multidisciplinares (Dialnet, ProQuest central, Open Dissertations, Web of Science, Cochrane).

Las estrategias de búsqueda incluyeron la combinación de los siguientes grupos de descriptores (en inglés y castellano):

  • "Academic stress" OR "Stress" OR "academic distress" OR "university stress"
  • "Stress Management Method" OR "Stress Management Methods" OR "stress management techniques" OR "stress management strategies" OR "stress reduction" OR "stress intervention" OR "stress-reducing"
  • "university students" OR "college students" OR "students" OR "Higher Education"

Para combinar los tres grupos de descriptores se utilizó el operador boleano AND. La descripción completa de las estrategias de búsqueda se muestra en el anexo 2.

Criterios de inclusión y exclusión


Los artículos incluidos se seleccionaron en función de los siguientes criterios:

  1. Artículos originales de tipo cuantitativo, con diseños controlados aleatorizados (ECAs) o cuasi-experimentales (controlados o no), pretest-postest, que refieran la evaluación de la eficacia de una intervención no farmacológica sobre el estrés puramente académico
  2. Muestras integradas únicamente por estudiantes universitarios.
  3. Publicados en inglés, castellano y portugués.

Se excluyeron:

  1. Los artículos que afirmaban que la intervención se realizaba sobre el estrés académico de los estudiantes pero evaluándolo con medidas de estrés general o percibido o de ansiedad ante los exámenes (fue requisito indispensable evaluar el estrés académico mediante un cuestionario de estrés académico).
  2. Los estudios que no especificaban de forma clara una intervención prospectiva
  3. Literatura gris.

Proceso de selección de los estudios y extracción/manejo de los datos


El investigador principal extrajo los datos de cada artículo, que fueron comprobados de manera independiente por los otros dos investigadores.

De cada estudio se extrajo información relativa a las características de la muestra (sexo, edad media, rama de estudios), al contexto del estudio (año, país), a la metodología (diseño del estudio, instrumentos de medida, tamaño muestral), a la intervención (contenidos trabajados, duración) y a los resultados (diferencia de medias o de porcentajes, tamaño del efecto y otros indicadores estadísticos). Estos últimos conformaron las principales medidas del resumen de resultados.

Evaluación del riesgo de sesgo


El riesgo de sesgo se evaluó con las herramientas de chequeo del Joanna Briggs Institute (Tufanaru et al., 2020). Se utilizaron dos herramientas, una para los ECAs (Critical Appraisal Tool for Randomized Controlled Trials) y otra para los estudios cuasi-experimentales (Critical Appraisal Tool for Quasi-Experimental Studies).

Resultados


En el momento inicial, tras las búsquedas en las bases de datos, se identificaron 4.451 estudios. Después de la lectura del título y abstract, 134 estudios se consideraron, a priori, apropiados. Estos se redujeron a 61 después de eliminar los duplicados. Tras la lectura completa de éstos y la aplicación de los criterios de inclusión se eliminaron 19 estudios, por lo que se redujeron a 42. Por último, tras la aplicación de los criterios de exclusión se eliminaron 15 estudios, seleccionándose los 27 que forman parte de la revisión (Ver figura 1).

Figura - 1

En la tabla 1 se muestran diversos aspectos de los estudios revisados (características sociodemográficas de la muestra y cuestionario utilizado para medir el estrés académico). En resumen, los 27 estudios están realizados sobre población de 15 países. Dieciséis de los estudios se realizaron en el continente americano (59,26%), nueve en el asiático (33,33%), uno en el europeo (3,7%) y uno en el africano (3,7%). Perú, con siete y EEUU con cuatro, son los países que más estudios reúnen. El número total de participantes en los estudios ascendió a 2.156. Once de los estudios no especifican el sexo de los participantes; estos aglutinan un total de 680 sujetos (31,54%). Por el contrario, 16 estudios sí detallan el sexo, observándose un predominio femenino, con 866 mujeres (40,17%) frente a 610 hombres (28,29%). La mayoría de los estudios (17) no informa la edad media de los participantes, mientras que el resto sí la especifica. La edad media oscila entre los 19,39 y los 24,69 años. Trece estudios no informan sobre la rama de estudios de los universitarios participantes; catorce estudios sí que lo especifican, observándose un claro predominio de titulaciones de Ciencias de la Salud. Con respecto a los instrumentos utilizados para medir el estrés académico, se observa una gran variabilidad (14 instrumentos diferentes), aunque el Inventario SISCO de Estrés Académico es el más utilizado (se emplea en 11 de los 27 estudios).

En la tabla 2 se presentan, el diseño de cada estudio, el tamaño muestral asignado a cada grupo de comparación, diferentes aspectos sobre la naturaleza de las intervenciones y los principales resultados acerca de su eficacia. De los 27 estudios, nueve utilizaron un diseño controlado aleatorizado (ECAs), mientras que 18 emplearon un diseño cuasi-experimental; de estos últimos, la mitad (nueve) utilizaron grupo control y la otra mitad (nueve) no. Los estudios cuasi-experimentales no controlados aglutinaron un total de 433 participantes, todos ellos asignados al grupo experimental. El resto de estudios, que fueron controlados, trabajaron con 880 participantes en el grupo experimental y 907 en el grupo control.

Con respecto al tipo de intervenciones estudiadas, se observa que ocho de los estudios plantean programas de atención plena o mindfulness, uno de ellos comparándolo con una intervención sobre las habilidades de estudio, y tres estudios se centran en intervenciones basadas en la terapia cognitivo-conductual. Cinco estudios basan sus intervenciones en psicoeducación + técnicas de relajación cuerpo-mente (técnicas de respiración, relajación muscular, meditación, musicoterapia). Seis estudios propusieron entrenamiento de habilidades, es decir, intervenciones dirigidas a mejorar las habilidades académicas, sociales o de afrontamiento, y dos se centraron en terapias alternativas, en concreto aromaterapia y flores de Bach. Por último, tres estudios versaron sobre intervenciones no asignables a las anteriores clasificaciones: uno planteó un programa de fomento de la actividad física, otro la lectura de libros de autoayuda, y el último se centró en analizar la eficacia de la búsqueda de orientación o consejería universitaria sin especificar el tipo de intervención. Todas las intervenciones, a excepción de las dos últimas, se desarrollaron en modalidad grupal.

Excepto cinco estudios, todos detallan el número de sesiones de sus intervenciones, observándose una gran variabilidad que oscila desde una única sesión hasta 42. De los 27 estudios, 20 detallan el tiempo total de sus intervenciones, aspecto en el que también se da una gran variabilidad (desde 1,5 horas a 69).

Los datos con los resultados de cada estudio, con respecto a la eficacia de las intervenciones, se muestran en las 4 últimas columnas de la tabla 2. Como se puede observar, la mayoría de los estudios revisados refiere una reducción significativa del estrés académico tras su intervención, y la mayoría de estudios (23) utilizaron un criterio de significación estadística para confirmar dicha eficacia. Sin embargo, solo cuatro estudios informaron de un seguimiento posterior a la intervención con el fin de examinar los efectos a largo plazo y el mantenimiento de las mejorías. Además, 21 estudios no consideraron medidas de tamaño del efecto.

 

 

 

La evaluación del riesgo de sesgo se muestra en las tablas 3 y 4. Se observa ausencia de grupo control en 10 estudios. Existe riesgo de sesgo de selección en muchos de los estudios, debido a que, o bien no se ocultó la asignación a los grupos de tratamiento a quienes asignaron a los participantes a los grupos comparados, o bien no se informó sobre ello. El riesgo de sesgo de realización también está presente debido a que en la mayoría de estudios los participantes no fueron cegados a la asignación del tratamiento y a que no informan de si cegaron a quienes implementaron las intervenciones. Por otra parte, ningún estudio informó sobre el número y capacitación de los evaluadores o sobre la realización de pruebas estadísticas para asegurar la confiabilidad entre evaluadores. Por último, se observa que en 15 de los 27 estudios no se realizaron análisis estadísticos adecuados (no respetaron los supuestos de las pruebas estadísticas, no calcularon medidas de tamaño del efecto ni el tamaño muestral necesario para detectar el efecto, no controlaron las variables confusoras…).

Tabla - 1
Tabla - 4

 

Discusión


Los objetivos de esta revisión fueron analizar la eficacia de las intervenciones que se han implementado con el fin de reducir el estrés académico en estudiantes universitarios, así como evaluar el riesgo de sesgo de dichos estudios y el tipo de intervenciones que suelen llevarse a cabo.

Eficacia de las intervenciones


La intervención en la que se han centrado más estudios es el Mindfulness o atención plena (ocho estudios). En cuatro de ellos (Arkin et al., 2018; Arkin et al., 2020; Bonilla y Padilla, 2015; Villarroel y Cruz, 2021), todos de diseño cuasi-experimental, se observa una reducción del estrés académico tras la intervención; si bien en uno de ellos (Bonilla y Padilla, 2015) no podríamos atribuir dicha reducción a la intervención debido a que careció de grupo control. En el resto, tres ECAs (Baumgartner y Schneider, 2021; de Vibe et al., 2013; Ying et al., 2018) y un cuasi-experimental controlado (Oblitas et al., 2019) no se observa una reducción del estrés académico, o si se observa, no es atribuible a la intervención debido a que en el grupo control también se muestra una reducción similar (Baumgartner y Schneider, 2021). Aunque el mindfulness es una de las corrientes terapéuticas que más se usa para ayudar a los estudiantes universitarios a reducir el estrés (Breedvelt et al., 2019), su eficacia es difusa, como se ha destacado en diversas revisiones sistemáticas y metaanálisis que analizan la eficacia de esta técnica para reducir el estrés general y percibido (no puramente académico) de los estudiantes universitarios (Breedvelt et al., 2019; Yusufov et al., 2019). No obstante, el metaanálisis de Regehr et al. (2013) y la revisión de Polle y Gair (2021) sí que brindan un fuerte respaldo a los enfoques basados en la atención plena para reducir el estrés y la ansiedad de los estudiantes universitarios. Todas estas revisiones encuentran importantes sesgos en los estudios analizados, sesgos que, como después se comentará, también se observan en la presente revisión. A la vista de este hecho y de las discrepancias existentes entre los diferentes estudios, se hace necesario el planteamiento de estudios de investigación que superen los sesgos observados en la presente revisión y en las citadas revisiones y metaanálisis, con el fin de dar luz sobre la eficacia de los programas que emplean la atención plena.

Tres estudios se centraron en intervenciones basadas fundamentalmente en la terapia cognitivo-conductual (Ashraf et al., 2020; Kim et al., 2016; Salas et al., 2022). En los tres se observa una reducción del estrés académico tras la intervención, si bien en uno de ellos (Ashraf et al., 2020) no es posible atribuir dicha reducción a la intervención ya que careció de grupo control. Dos metaanálisis han evidenciado que las intervenciones basadas en la terapia cognitivo-conductual son efectivas para la reducción del estrés (general, no académico) en estudiantes universitarios (Amanvermez et al., 2020; Regehr et al., 2013), hallando además un tamaño del efecto más alto en comparación con otras intervenciones (Amanvermez et al., 2020).

Con respecto a los cinco estudios que aglutinan psicoeducación más diferentes técnicas cuerpo mente (técnicas de respiración, relajación muscular, meditación, musicoterapia), sus intervenciones logran una reducción del estrés académico, si bien tres de ellos carecieron de grupo control (Manansingh et al., 2019; Narasimma y Ahmani, 2013; Nursalim et al., 2021). Los otros dos estudios (Gutiérrez et al., 2017; Tejada et al., 2020) sí que dispusieron de grupo control. Un metaanálisis anterior evidenció que la psicoeducación es un componente importante de las intervenciones de manejo del estrés (Van Daele et al., 2012). Por otra parte, Amanvermez et al. (2020) apuntaron en su metaanálisis que las intervenciones basadas en técnicas de relajación mente-cuerpo mostraron efectos similares a los efectos de las intervenciones basadas en la terapia cognitivo-conductual para la reducción del estrés (general, no académico) de los estudiantes universitarios, aunque en revisiones anteriores mostraron tamaños de efecto más moderados (Breedvelt et al., 2019; Conley et al., 2015). Las técnicas de relajación basadas en las sensaciones corporales o en las imágenes relajantes pueden ayudar a reemplazar la respuesta fisiológica al estrés por respuestas de relajación (Wieland et al., 2011), además de prevenir la rumiación porque redirigen la atención centrada en los pensamientos estresantes (Amanvermez et al., 2020).

De las seis intervenciones con el objetivo de la mejora de habilidades, cinco de ellas evidenciaron la eficacia de sus intervenciones. En dos de ellas centradas en el uso del apoyo social y en el pensamiento crítico, dicha disminución sería atribuible a la intervención, debido al uso de grupo control (Baquyatán, 2011; Ugwuozor et al., 2021), pero en tres no (Espindola et al., 2014; Magro, 2017; Premnath et al., 2020). El estudio de Yussof y Rahman (2015) no halló una reducción del estrés académico tras su intervención. Nuestros resultados disienten de los hallados por Amanvermez et al. (2020), quienes en su metaanálisis obtuvieron tamaños de efecto bajos para este tipo de intervenciones dirigidas a la reducción del estrés (general, no académico) de los estudiantes universitarios.

Con respecto a los estudios que se basan en las terapias alternativas tradicionalmente asociadas a la reducción de procesos de estrés y ansiedad, se observa que en uno de ellos se redujo el estrés académico tras la intervención, si bien no contó con grupo control (del Toro et al., 2014). En el otro (Ahmad et al., 2019) se observa una reducción del estrés, tanto en el grupo experimental como en el control y el placebo.

Por último, con respecto a los estudios restantes (Levin et al., 2020; Lockard et al., 2012; Salinas et al., 2016), los tres evidencian reducciones del estrés académico tras la intervención, si bien todos ellos carecieron de grupo control.

A los obstáculos para extraer conclusiones debido a la ausencia de grupo control en muchos estudios, se unen las dificultades existentes si atendemos a la duración de las intervenciones. En primer lugar porque cinco estudios no especificaron cuantos días o semanas se alargaron en el tiempo sus intervenciones (Espindola et al., 2014; Levin et al., 2020; Narasimma y Ahmani, 2013; Salas et al., 2022; Salinas et al., 2016), mientras que once no especificaron la duración exacta (horas o minutos) de dichas intervenciones (Ashraf et al., 2020; del Toro et al., 2014; Espindola et al., 2014; Levin et al., 2020; Lockard et al., 2012; Magro, 2017; Narasimma y Ahmani, 2013; Salas et al., 2022; Salinas et al., 2016; Villarroel y Cruz, 2021; Ying et al., 2018). En segundo lugar, porque los resultados de eficacia de las intervenciones más largas arroja resultados contradictorios: de los cuatro estudios de mayor duración (con más de 21 horas y con grupo control sin intervención para comparar), dos demostraron la eficacia de su intervención (Baquyatán, 2011; Ugwuozor et al., 2021) y los otros dos no la pudieron evidenciar (Ahmad et al., 2019; de Vibe et al., 2013). Tres de las cuatro intervenciones más breves (con menos de 5 horas de intervención) evidenciaron su eficacia, dos con grupo control (Oblitas et al., 2019; Tejada et al., 2020) y una sin él (Manansingh et al., 2019). El cuarto estudio no demostró eficacia (Yussof y Rahman, 2015). Estos hallazgos apuntan a la posibilidad de que la duración de las intervenciones no influya en su eficacia. Este hecho no sorprende, ya que varios metaanálisis han evidenciado que la duración de las intervenciones para reducir el estrés (general, no académico) en estudiantes universitarios no es un factor decisivo para la eficacia (Amanvermez et al., 2020; Virgili, 2015; Yusufov et al., 2019), y que incluso las intervenciones más breves pueden ser más eficaces, como evidencia otro metaanálisis (Van Daele et al., 2012). Las intervenciones breves conllevan menos carga de tiempo para los estudiantes que las intervenciones largas. Esto es de gran importancia para un colectivo que, por lo general, tiene que atender a un gran número de demandas académicas (exámenes, trabajos académicos, prácticas, exposiciones orales, etc.). Además, se pueden intercalar en los momentos en los que los estudiantes tengan menor carga académica, concentrándose en periodos breves de tiempo. Quizá por ello las intervenciones cortas asegurarían un mayor cumplimiento de los estudiantes universitarios que las intervenciones largas, lo que podría explicar su mayor eficacia (Yusufov et al., 2019).

La viabilidad de extraer conclusiones claras de los estudios analizados con respecto a la eficacia de las intervenciones se complica aún más cuando se analizan de forma minuciosa los diseños experimentales de cada uno, así como el tamaño muestral. Aunque la mayoría de los estudios revisados refiere una reducción significativa del estrés académico, en tan solo once de los mismos (de los estudios que mostraron eficacia de sus intervenciones) dicha mejora sería atribuible a la intervención, con uso de un grupo control sin intervención alternativa (Arkin et al., 2018; Arkin et al., 2020; Baquyatán, 2011; Gutiérrez et al., 2017; Kim et al., 2016; Lockard et al., 2012; Salas et al., 2022; Tejada et al., 2020; Ugwuozor et al., 2021; Villarroel y Cruz, 2021; Ying et al., 2018). En tres de esos once estudios la muestra para ambos grupos (experimental y control) supera los 50 participantes. En el resto de estudios controlados no se observó eficacia de la intervención analizada (Ahmad et al., 2019; Baumgartner y Schneider, 2021; de Vibe et al., 2013; Oblitas et al., 2019; Yussof y Rahman, 2015). Coincide, además, que estos últimos estudios, a excepción de uno (Oblitas et al., 2019), cuentan con muestras más amplias que los estudios controlados que evidenciaron la eficacia de sus intervenciones. Por otra parte, solo nueve de los 27 estudios revisados son ECAs. Los ECAs se consideran el estándar de oro para la investigación en salud debido a su bajo sesgo de selección y a los escasos factores de confusión desconocidos (Erlinge, 2021). Merece la pena señalar que en cinco de los nueve estudios cuyo diseño fue un ECA la intervención no redujo el estrés académico de los estudiantes universitarios (Ahmad et al., 2019; Baumgartner y Schneider, 2021, de Vibe et al., 2013; Ying et al., 2018; Yussof y Rahman, 2015), y en otro (Levin et al., 2020) no se utilizó un grupo control sin intervención, lo que no permite atribuir la reducción del estrés a la intervención realizada. Ninguno de los tres ECA cuya intervención se mostró eficaz (Baquyatán, 2011; Kim et al., 2016; Ugwuozor et al., 2021) calculó el tamaño del efecto, y uno de ellos no reportó significación estadística (Baquyatán, 2011).

Por último, cuatro de los 27 estudios informaron de un seguimiento posterior a la intervención con el fin de examinar los efectos a largo plazo y el mantenimiento de las mejorías. En dos de ellos (Narasimma y Ahmani, 2013; Ugwuozor et al., 2021) el seguimiento se realizó a los tres meses y los efectos positivos de la intervención se mantuvieron durante ese periodo de tiempo; cabe recordar que Narasimma y Ahmani (2013) no usaron grupo control sin intervención. Ahmad et al. (2019) y Yussof y Rahman (2015) informaron de un seguimiento realizado, respectivamente, siete y catorce días después de la intervención en las semanas 1ª, 8ª, 16ª y 32ª; sus resultados confirmaron la ineficacia de sus intervenciones. El periodo mínimo necesario para poder confirmar la eficacia clínica de un tratamiento o intervención es de doce meses (Echeburúa y del Corral, 2001). Ninguno de los cuatro estudios señalados alcanza esta persistencia en el seguimiento.

Se observó un claro predominio de estudios realizados con estudiantes de Ciencias de la Salud. Esto coincide con anteriores revisiones sobre intervenciones dirigidas a la reducción del estrés (general, no académico) en estudiantes universitarios (Breedvelt et al., 2019; Polle y Gair, 2021; Regehr et al., 2013). Una posible explicación podría ser que el estudio de los procesos de estrés está más relacionado con los contenidos de las ciencias de la salud (Psicología, Medicina, Enfermería…) que con otras ciencias (sociales o tecnológicas). Esta evidencia apunta hacia otra realidad: el escaso número de estudios realizados para analizar la eficacia de intervenciones sobre el estrés de los estudiantes de ciencias sociales y tecnológicas, aspecto que sería interesante explorar en futuras investigaciones.

Evaluación del riesgo de sesgo


El riesgo de sesgo afecta a la validez de los hallazgos y, por tanto, a la viabilidad de las conclusiones. Su análisis es necesario para interpretar los resultados. En primer lugar, diez estudios no dispusieron de grupo control, por lo que la disminución del estrés académico señalada en ellos no podría ser atribuida a la intervención. Por otra parte, aunque en los nueve ECAs los grupos de comparación fueron similares al inicio del estudio, esto no se da en cinco de los nueve estudios de diseño cuasi-experimental con grupo control; en uno de ellos, los grupos de comparación no fueron similares al inicio del estudio y en cuatro esa similitud fue incierta, por lo que produce riesgo de sesgo de selección. En cinco de los nueve ECA también podría existir este riesgo de sesgo de selección debido a que en uno de ellos no se ocultó la asignación a los grupos de tratamiento, y en cuatro de ellos esto es incierto porque no se informa. Además, en uno de esos cuatro estudios no se utilizó una aleatorización real. En siete de los nueve ECA los participantes no fueron cegados a la asignación del tratamiento, lo cual es frecuente en los ensayos de investigación psicológica porque muchas veces no es posible el cegamiento. Sin embargo, en ninguno de esos estudios se informó sobre el posible impacto de no cegar a los participantes, por lo que la ausencia del sesgo de realización queda en entredicho. Esta posibilidad de sesgo de realización se ve reforzada por el hecho de que ninguno de los nueve ECA informa de si se cegó a quienes implementaron las intervenciones dirigidas a la reducción del estrés académico. Esto también es bastante habitual en muchos estudios de intervención psicológica, ya que a veces son los mismos autores del estudio quienes administran los tratamientos. Se presupone que esto podría haber sido así en los nueve ECAs analizados, pero no es posible saberlo con certeza porque ninguno de los estudios lo informa. Tampoco se reporta información en ningún estudio sobre si los evaluadores estaban cegados a la asignación del tratamiento, imaginamos que por la misma posible razón de ser los autores del estudio los que miden los resultados. Debido a este hecho, los nueve ECAs podrían presentar sesgo de detección. El sesgo de desgaste es incierto en ocho estudios debido a que, o bien dichos estudios no informaron sobre si se completó el seguimiento, o bien aunque informaron de las deserciones y abandonos no lo hicieron sobre las razones de los mismos o sobre el impacto que podrían causar en los resultados. Por otra parte, aunque en todos los estudios, menos en uno, se midieron de la misma manera los resultados de los participantes incluidos en los distintos grupos de comparación, ningún estudio informó sobre aspectos importantes de la evaluación, como el número y capacitación de los evaluadores. Tampoco realizaron pruebas estadísticas para asegurar la confiabilidad entre evaluadores. En todos los estudios la evaluación se realizó a través de medidas cuantitativas y objetivas de evaluación (por lo general, cuestionarios validados de opción múltiple); este hecho paliaría, a priori, el sesgo producido por la supuesta falta de confiabilidad entre evaluadores; no obstante siempre es importante asegurar este aspecto, debido a que los diferentes evaluadores pueden dar distintas instrucciones o indicaciones al realizar la evaluación, lo que podría sesgar los resultados. Por último, se observa que en 15 estudios no se realizaron análisis estadísticos adecuados; aunque la mayoría (23) utilizaron un criterio de significación estadística, muchos de estos estudios no respetaron los supuestos de las pruebas estadísticas, no reportaron alguna medida de tamaño del efecto ni informaron sobre el tamaño muestral necesario para detectar el efecto. Además, solamente un estudio controló estadísticamente las posibles variables confusoras.

Limitaciones


Los hallazgos de esta revisión deben ser analizados considerando sus limitaciones. Por un lado, se observó mucha variabilidad en varios aspectos reflejados en los estudios: diseños experimentales, intervenciones analizadas, tiempo de las mismas, instrumentos de medición, rama de estudios de los estudiantes que compusieron las muestras y tamaño de las mismas. Ello dificulta la generalización de los resultados. Veintiún estudios no consideraron medidas de tamaño del efecto, lo que unido a la comentada heterogeneidad, excluye la posibilidad de considerarlos para un metaanálisis posterior. Además, dos tercios de los estudios no eran ECAs, lo que plantea un interrogante adicional sobre la validez de los mismos. Por otra parte, existen limitaciones metodológicas en varios trabajos (ausencia de grupo control, tamaños muestrales pequeños, riesgo de sesgo…), lo que afecta a la validez de los resultados hallados. Estos problemas metodológicos apuntan hacia una evidencia poco consistente en muchos de los artículos revisados. Además, solo un estudio consideró y controló a nivel estadístico los posibles factores de confusión que pudieron afectar a los resultados, como el uso de medicación, conductas y hábitos que llevan a cabo los estudiantes para controlar su estrés (deporte, ocio…), variables relativas al estudio (gestión del tiempo, hábito de estudio diario) o aspectos relativos a la institución universitaria y al profesorado. Todos estos factores pueden jugar un papel destacado en el control del estrés académico de los estudiantes. Otra limitación importante es la que tiene que ver con el paradigma que asumen los estudios revisados. Excepto un estudio (Espindola et al., 2014), centran sus intervenciones en aumentar/mejorar los recursos del estudiante para hacer frente al estrés académico, obviando la intervención sobre los factores contextuales que pueden estar en la base de dicho estrés, y obviando también la interacción entre ambos elementos (individual y contextual).  Por último, la mayoría de estudios evidenció resultados positivos para sus intervenciones sobre el estrés académico; como consecuencia de ello, no es posible descartar el sesgo de publicación, lo que constituye una limitación de la presente revisión.

Las limitaciones comentadas en el párrafo anterior, unidas a las contradicciones en los resultados de los estudios revisados que analizan intervenciones similares (por ejemplo, las basadas en la atención plena), plantean interrogantes sobre la eficacia de las intervenciones para reducir el estrés académico que hasta el momento han analizado su eficacia. Dichos interrogantes apuntan a que, si bien las intervenciones realizadas podrían ser verdaderamente eficaces, quizá habría que tener en cuenta otros factores de tipo contextual (recursos que ofrece la institución universitaria, apoyo académico de los compañeros) o cuestiones relativas al profesorado (metodología didáctica, motivación que transmite, comunicación con el alumnado, exigencia académica). La influencia de estos factores sobre el estrés académico se ha evidenciado en diversos estudios (Arribas, 2013; Knoster y Goodboy, 2020; Souto et al., 2019). Como consecuencia de todo ello, sería necesario avanzar en una concepción más interactiva del estrés académico. Es necesario que las intervenciones dirigidas a reducir el estrés académico incluyan elementos dirigidos al control de las variables contextuales (proceso enseñanza-aprendizaje, apoyo de la institución universitaria…) y a su interacción con las individuales (competencia del estudiante para manejar su estrés). Tanto el modelo Sistémico Cognoscitivista del estrés académico, señalado en la introducción de este trabajo, como modelos más recientes de corte psicoeducativo, como la teoría de la Autorregulación Interna vs. Regulación Externa en el Aprendizaje (de la Fuente-Arias, 2017), apuntan en esta dirección.

Conclusiones


La presente revisión puede proporcionar a los agentes educativos universitarios una perspectiva actualizada sobre la eficacia de las intervenciones para reducir el estrés académico y la calidad de las investigaciones realizadas. La mayoría de estudios revisados evidenció mejoras en el estrés académico tras las intervenciones. Sin embargo, por lo general presentaron importantes limitaciones metodológicas y alto o incierto riesgo de sesgo, por lo que resulta difícil determinar su eficacia real y la posible superioridad de unas intervenciones sobre otras. Son necesarios estudios que superen las limitaciones observadas en los estudios revisados en este trabajo. En este sentido, para analizar la eficacia de las intervenciones sobre el estrés académico es importante la puesta en marcha de procesos de aleatorización de calidad y la realización de análisis estadísticos adecuados que incluyan el control de las variables confusoras. Es fundamental la inclusión de grupos control, y la inclusión de diferentes intervenciones podría ayudar a discernir cuáles son más efectivas. Se deben analizar también los efectos de las intervenciones en un seguimiento a largo plazo. La promoción de estudios multicéntricos podría contribuir a revertir las limitaciones relacionadas con los tamaños muestrales de los estudios de la revisión Por otra parte, la conformación de equipos de trabajo que asocien la labor de autores de diversas procedencias, permitiría dividir los recursos humanos que implementan los programas y los que recolectan y analizan los datos sobre su eficacia. Por último, y dada la variabilidad de los estudios revisados, se hace necesario protocolizar intervenciones y diseños de investigación en aras de poder aumentar las posibilidades de contrastación de resultados de estudios diversos. No obstante, pese a los sesgos apuntados, la mayoría de los estudios evidenciaron la eficacia de las intervenciones, lo que permite vislumbrar un panorama alentador en el abordaje de un problema (el estrés académico) complejo de estudiar y de naturaleza multicausal. Debido a la alta prevalencia de estrés académico que se observa entre los estudiantes universitarios y a las consecuencias que provoca, parece necesario que en un futuro cercano se lleven a cabo estudios como los que acabamos de proponer.

Fuentes de financiación: el presente estudio no ha recibido financiación de ningún tipo.

Conflicto de intereses: los autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.

Bibliografía


Se ha añadido un asterico (*) delante de las referencias de los artículos que conformaron la revisión sistemática.

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